martes, 12 de noviembre de 2013

Sendero del Chorrón de San Marcos (Nalda)

Longitud: 12’4 km (circular)
Tiempo aprox.: 4 horas
Dificultad: media-baja
Época recomendada: primavera y otoño

Recorrido y perfil
Texto extraído del publicado en el nº 41 de la revista "Páginas de información ambiental" (el archivo de la ruta para el navegador puede ser descargado aquí).

Llegamos a Nalda desde Logroño por la N-111 y luego por la LR-440; podemos aparcar en la plaza de la Tela, o girando a la izquierda, en las cercanías de la zona deportiva.

Cruzamos la plaza de la Tela hacia la plaza de la Fuente, que dejamos a nuestra derecha, y por la calle Arrabal nos dirigimos primero hacia el cementerio, que dejamos a nuestra izquierda, y luego hacia la ermita de Nª Sª de Villavieja por el camino Montalvo, disfrutando desde sus miradores de unas preciosas vistas del pueblo y su entorno. Al llegar al primer cruce, podemos visitar el templo, que queda a nuestra derecha, o proseguir nuestra ruta por la izquierda, ascendiendo por el camino viejo de Luezas; dejamos luego a mano derecha un camino que se interna entre cultivos.
Por el camino viejo de Luezas (foto: José Ramón Alesanco)














Cuando la pista va a hacer un giro de 90o a la izquierda, para describir una profunda “V” que bordea un barranquillo, tomamos para cruzar éste una sendita de frente que nos lleva a una pequeña chopera.

Pocos metros después, salimos de nuevo a la pista y continuamos de frente. A nuestra derecha, el curso del arroyo está jalonado por altos chopos, a los que acompaña la vegetación típica de las riberas, apareciendo aquí también frutales.

El camino parece dividirse, pero ambos ramales avanzan en paralelo y nos llevan al mismo sitio. Sí debemos luego estar atentos, porque justo cuando la pista hace un giro de giro de 90o a la derecha para cruzar el barranco (km 3), nada más cruzar éste tenemos que tomar una estrecha senda que asciende por la izquierda entre boj, enebro y aladierno, remontado el barranco de San Marcos.
Subiendo hacia el Chorrón de San Marcos (foto: José Ramón Alesanco)
Unos 500 m después, desviándonos apenas unos metros del camino, podemos acercarnos al salto de agua conocido como Chorrón de San Marcos (o Cuevafría), que en verano es un remanso de verdor y frescura, y en invierno una espectacular cortina de carámbanos de hielo.
Chorrón de San Marcos; arriba, a la izquierda, el roquedo, abajo, a la derecha, vegetación que aprovecha la humedad del salto del agua (foto: José Ramón Alesanco)


Seguimos subiendo por la senda, que se hace cada vez más empinada pero nos compensa al llegar arriba con unas magníficas imágenes del valle, con la sierra de Cantabria y el Toloño al otro lado del Ebro.
Roquedo sobre el Chorrón de San Marcos
Nada más cruzar el arroyo, tomamos a la derecha una senda ancha cubierta de hierba que, en apenas 100 metros, nos conduce a los restos de la ermita de San Marcos.
Restos de la ermita de San Marcos (foto: José Ramón Alesanco)
Todo el grupo delante de la ermita (foto: José Ramón Alesanco)
El camino termina en una pista que cogemos de frente unos 50 m para llegar a otro cruce, donde nos desviamos a la derecha entrando en el pinar de laricio.
Vista desde la ermita hacia el pinar y Peñas Valderas
Pista por el pinar
Iniciamos un fuerte repecho y un poco más adelante seguimos el giro pronunciado que la pista hace hacia la izquierda, ignorando el camino que sale del vértice hacia la derecha.

Pronto nos internamos nuevamente en el bosque. En el pinar también está presente el boj, sobre todo, así como también aparecen algunos quejigos y acebos. La pista hace un pronunciado giro a la izquierda en un pequeño claro (km 6), y poco después atraviesa un cortafuegos.

Después de varias curvas, la pista se bifurca nuevamente; ahora tomamos la subida a la derecha, menos marcada, para ascender a los dólmenes.

Salimos a una especie de claro (km 8), el punto más alto del recorrido (1054 m) y avanzamos unos 100 metros a la izquierda por el cortafuegos, para terminar en lo alto de un collado, en el que además de boj encontramos algunas carrascas.
Pista y cortafuegos que trae al collado
La panorámica que se abre frente a nosotros es impresionante: hacia nuestra izquierda, Peña Bajenza, más allá el Castillo de Viguera, y al fondo Moncalvillo; hacia la derecha, los valles del Iregua y Ebro, y, más al fondo, la Sierra de Cantabria.
Vistas hacia Peña Bajenza y Moncalvillo al fondo (foto: José Ramón Alesanco)


Dolmen de Peña Guerra I
Antes de iniciar propiamente la bajada, nos adentramos en el pinar por una sendita que sale a la izquierda entre el boj, cuyo inicio está marcado con unos montoncitos de piedras, y a unos 20 m encontramos el dolmen de Peña Guerra I.

Regresamos a la loma y bajamos hacia la izquierda por el camino viejo de Trevijano. Al llegar a un cortafuegos o claro, descubrimos a la izquierda una pequeña elevación que delata el dolmen de Peña Guerra II.
Descenso hacia el dolmen Peña Guerra II
Dolmen de Peña Guerra II
Senda por el pinar

Abandonamos el cortafuegos por un camino que aparece a la derecha, frente al segundo dolmen, siguiendo el Barranco del Moro, y nos lleva en un fresco y agradable descenso por el pinar.

Pasamos luego junto a la inconfundible Peña del Fraile.
Vista desde Peña del Fraile; al otro lado del Iregua, Sorzano
Peña del Fraile (foto: José Ramón Alesanco)

Pronto llegamos frente a Peña Soto (km 10), donde podemos detenernos a admirar algunas de las decenas de parejas de buitres que anidan en sus paredes.
Peña Soto





Salimos momentáneamente del camino –que nos llevaría a una pista que describe una amplia curva que así atajamos–, para continuar por la derecha por una sendita que recorre el borde de una finca, dejando a nuestra izquierda una elevación sin cultivar.
Viñas junto al camino, con Peña Bajenza de fondo
Al acabar la senda tomamos el camino hacia la derecha, que al poco describe una marcada curva hacia la izquierda, cruzando un arroyo con una fuente. Seguimos el camino y regresamos en suave y continuo descenso hasta nuestro punto de partida.



Ver Nalda - San Marcos entero en un mapa más grande.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Valle de Tobía

Distancia: 9,8 km
Tiempo aprox.: 3h 30m
Dificultad: baja

Texto extraído de "La Rioja: Paseos por la naturaleza II - Valle de Tobía" (Gobierno de La Rioja)


Recorrido y perfil



Interior del hayedo
En la umbría del valle de Tobía se asienta uno de los hayedos más importantes de la región.

El hayedo de Tobía es un bosque singular, propio y característico de las umbrías de la Demanda.

Aquí, la humedad es algo constante, y la influencia cantábrica se traduce en forma de lluvias y nieblas a lo largo de prácticamente todo el año.

Bajo estas condiciones, el hayedo se deja acompañar por plantas que nos recuerdan ambientes más oceánicos.

La importancia botánica del lugar se refuerza con la existencia de especies faunísticas muy interesantes, como el agateador norteño (o euroasiático), pajarillo poco llamativo, de pico curvo y forma menuda, al que, si prestamos cierta atención, podremos observar, con un poco de suerte, ascendiendo por los altos y estirados fustes de las hayas a la búsqueda de insectos en los entresijos de sus troncos, y cuya población forma un núcleo completamente aislado de los cántabros y pirenaicos.


Agateador norteño (foto: Wikipedia)

Para iniciar el recorrido, partimos del pueblo de Tobía y remontamos el arroyo del mismo nombre por una pista asfaltada que asciende suavemente por el fondo del valle.

Recorridos cerca de 8,5 km, a la altura de la concurrida área recreativa de El Rajao, surge a mano derecha otra pista, que nada más comenzar la subida nos conduce a un refugio de montaña.

Junto al refugio forestal y en primavera, los prados se cubren de geranios silvestres y chiribitas que colorean de blanco y púrpura el verde yerbín.

Una vez enfilada la pista y a saliente, los helechos invaden los claros de un hayedo.


Vía de saca, entre hayas y helechos
Pista entre rebollos; en la otra vertiente, el hayedo.

Dejamos pronto una vía de saca a nuestra izquierda, que si nos apeteciera un poco más de esfuerzo nos permitiría atajar un buen tramo de pista.

El camino, en claro ascenso, se introduce por una solanera entre un manto vegetal formado por una tupida red de jóvenes rebollos, donde el ganado se mueve con dificultad.

En los taludes que caen sobre la pista observamos la diferencia existente entre roca y suelo, origen y final de un proceso que hace disponible a las plantas los elementos minerales.

La tierra es húmeda y el ambiente luminoso, lo que favorece la existencia de una flora bastante diversificada.


Vista noreste hacia Peñalba y las Peñas de Tobía (foto: Pedro Martínez Díez)
Luego de aproximadamente 1,5 km, la pista hace un giro de 180º y deja a mano derecha un camino. El rebollar madura con ejemplares más viejos y robustos. Acompañan a los robles principalmente helechos, que abundan en lugares poco sombríos.

Tras el primer barranco (km 2,6), los rebollos dejan paso al hayedo.


Jóvenes hayas (foto: Pedro Martínez Díez)
Dejando atrás el barranco, hayas y rebollos se suceden según la orientación o situación topográfica, hasta dominar claramente los hayedos al ascender por el valle.

En la otra vertiente, crecen las hayas, vigiladas en la cumbre por pinares de repoblación.


Vista de la otra vertiente, cubierta de hayas y, en lo alto, pinos silvestres
Cruzamos un segundo barranco (km 3,2), ya con la pista ascendiendo de manera más suave.

Si dirigimos nuestra mirada hacia los Pancrudos, adivinamos sobre la pista que circula por su base restos de un antiguo glaciarismo, que originó depresiones por la acción erosiva de los hielos durante la época fría de las glaciaciones. La roca sufrió fracturas y se formaron mantos de derrubios que recubrieron en parte algunas formas glaciares y áreas adyacentes. Junto a ellos, pequeños neveros se resisten a desaparecer hasta bien pasado el verano.


Vista hacia los Pancrudos; rebollos en primer término, hayas a la izquierda y pinos a la derecha
Cruzamos un tercer barranco (km 4). Después de poco más de 1 km encontramos una repoblación de pino silvestre.


Repoblación de pino silvestre (foto: Pedro Martínez Díez)
Aprovechando su frescura, algún barranco (km 5,6) aparece dominado por las hayas.


A la derecha de la pista, álamos temblones entre los pinos
Cerca ya de la cabecera atravesamos un bosquete mixto de abedules y álamos temblones, afectados en parte por una cuidada repoblación de pino silvestre. Son árboles generalmente poco frecuentes, que actúan de forma pionera, cicatrizando claros de hayedo en las proximidades de manantíos.

Sobre la pista, tapices de musgos adornan los taludes, y en pequeños charcos de agua evolucionan los oscuros renacuajos del sapo común.

Hemos llegado por fin a la cabecera del barranco.


Cabecera del arroyo Tobía (foto: Pedro Martínez Díez)
Junto al arroyo, de bajada, crecen algunas plantas herbáceas, donde son especialmente visibles las valerianas.

Camino de bajada entre hayas
El camino va siempre por el fondo del barranco, para ascender de nivel en ciertos tramos. En la otra margen, protegiéndose de la luz, medra un hayal de aspecto sombrío.

Estirada haya a la vera de la pista forestal
Tras unos 3 km de bajada, llegamos al punto donde iniciamos este recorrido.

De vuelta en el pueblo de Tobía, no dejamos de disfrutar con la contemplación de sus imponentes Peñas, al pie de las cuales destaca el llamado roble de las once, protagonista de una curiosa tradición, y con las evoluciones de los buitres leonados y otras rapaces que en las mismas anidan.


Todo el grupo en la cabecera del barranco
























Ver Valle de Tobía en un mapa más grande.

Más información puede descargarse en SENDERO POR EL ENTORNO DE TOBÍA (Nº 42 "Páginas de Información Ambiental" del Gobierno de La Rioja)